miércoles, 5 de noviembre de 2014

Amelia y Joaquin

Otro cielo encapotado, gris, como si mi semblante diario se viese reflejado en las nubes de Lima. Sentado me repito constantemente. Hoy es el día de impartir justicia

Lima es así,  desordenada, bulliciosa, molesta, calles agrietadas, cerros invadidos por la penuria de tener un sitio donde refugiarse. Las únicas zonas verdes están liados en mis porros de marihuana. Gente indiferente, avispados ladrones que te escanean con la mirada.

Todos mis días son iguales, mi despertador asesina con sanguinaria voluntad mis deseos de vivir eternamente en mis sueños, me arrastra con indiferencia a ésta realidad que me recuerda lo cobarde que soy.
 Siempre recorro las mismas calles, doy los mismos pasos, compro la misma cantidad de cigarros en la tienda de Don Ciro, hombre abandonado por sus hijos y su mujer que radican en el extranjero, siempre albergando la ilusión que algún día estará con ellos, siempre jactándose de la prolífera vida de sus hijos en España, haciendo de tripas corazón y en la intimidad bañándose en lágrimas por su soledad.
 Hace más de 4 años que murió Amelia, siempre sentí que iba a estar con ella toda la vida, aún lloro cada vez que veo la foto que nos hicimos en Paracas, las estruendosas carcajadas que compartimos porque aseguraba que mi padre era un león marino... luego la insulto, la aborrezco, éste odio enamorado del cuál seré prisionero perpetuo.
 Tengo 32 años y tengo la plena certeza que moriré sólo, que seré incapaz de amar como amé a Amelia o serán incapaces de amarme como ella me amó, mi único anhelo es llegar a liarme un porro en 10 segundos, no tengo ambiciones, vivo porque aún no he descubierto la manera de salir campeón en el juego : " Contén la respiración".
 Ni el amor que siento por Amelia me da las agallas suficientes para terminar con éste desperdicio de materia. A veces sueño con ella, sueño que me escupe a la cara y me insulta por no tener el valor de suicidarme y estar con ella, inconsolablemente le repito que la amo, que no puedo, que me perdone, que me espere y que siempre la amaré. 
 Como todas las mañanas me subo al bus con la esperanza que se estrelle, si no estuviese en mi poder quitarme la vida, si alguien me hiciese el favor, pero siempre tengo la misma suerte y llego sano y salvo al supermercado, ruego que algún día un compañero de trabajo cometa el error y deje caer una caja y acabe conmigo.
Trabajo 8 o 9 horas, siempre hago lo mismo, un día tengo que reponer productos agotados, otro día estoy en la caja viendo rostros huraños, despreciables, impacientes por ser los primeros. Los domingos es mi día libre, me levanto temprano, me masturbo en la ducha evocando los senos de Amelia, sus pezones, nuestras charlas en la cama después de hacernos el amor. Me tomo mi taza de chocolate, mis dos panes con mantequilla, compro el periódico, me lío un porro de marihuana y leo con envidia las necrológicas.
Puta cobardía de mierda, sé un hombre maricón de mierda me repito en la cabeza mientras sujeto el cuchillo, mientras sujeto el visado para volver a estar a tu lado.
Hoy no he ido a trabajar, me he refugiado en el foso de mis sentimientos escuchando "Triste canción del Tri", ésta canción se la tocaba Amelia con mi guitarra, era su canción favorita.
Teníamos tantos planes, me repito llorando, desamparado, dos niños (la parejita), un perro, ella despertándome todas las mañanas para ir a trabajar, tantos viajes, tantas palabras enterradas en tu ausencia Amelita.
 La muerte de Amelia
 Antes de trabajar en el supermercado trabajaba como cajero en un banco, Amelia estaba terminando la universidad, quería ser profesora, ella nació para enseñar, quería ser profesora de lenguaje, siempre corregía mis fallos gramáticos, odiaba cuándo lo hacía, me sentía tan estúpido a su lado... ahora es lo que mas extraño, esa voz tan cálida y melodiosa cuando me susurraba al oído, tantas cosas que no nos dijimos, tantas cosas que ignoramos.
Fue un 23 de junio, yo aún estaba trabajando, tuvimos un problema espantoso en el banco con la conexión telefónica, la gente gritando, exaltada. solo cerraba mis ojos y nos veíamos a los dos. ella consolándome con su risa mientras le contaba mis problemas.
Esa tarde Amelía me llamo para decirme que se iba a quedar en la biblioteca estudiando, aún recuerdo sus palabras y ese te amo al final que llenaba mi vida de esperanza, yo no le devolví el te amo, estaba tan hastiado y malhumorado que le corté el teléfono.
Llegué a casa alrededor de las 9 de la noche, me detuve en una pollería y compré una oferta de Pollo, papas fritas y una gaseosa para los dos. Dieron las 10, dieron las 11, las 12 y no llegaba.
Estaba tan cansado que me quedé dormido en el sillón viendo una película... ya no recuerdo ni cual era, a las 2 y pico de la mañana sonó mi celular, me llamaron del hospital, marcaron la ultima llamada que hizo con el nombre de "Amor".

Buenas noches, le llamamos del hospital, ¿Es usted familiar de Amelia Jimenez Molano? recuerdo que me pregunto con un tono aburrido y cansado.

¿Co... Cómo dice? dije perplejo.
Tenemos a la Señorita Amelia Jimenez Molano ¿Es usted familiar? me volvió a preguntar con  la misma apatía. 
Soy su novio, ¿Qué ha pasado? pregunté aterrado.
Cogí mi moto y no recuerdo cuantos semáforos en rojo me pasé, cuantas veces me tocaron el claxon los demás carros, recuerdo que salí con zapatillas distintas. intenté tranquilizarme pero en esta ciudad de mierda sólo te puedes poner en lo peor.
Estaba en una camilla, tenía los labios morados, el rostro con moratones y la piel pálida, la habían asesinado para robarle, tres puñaladas en el estómago y le habían cortado los pies para robarle unas zapatillas de marca que le regalé por su cumpleaños, ella siempre guardaba su celular por dentro de su pantalón junto a su D.N.I.
Estallé en llanto, le di puñetazos a la pared y me rompí la muñeca, estaba poseído, sentía como mi corazón se partía en infinitos pedazos, la abracé, la besé, le dije cien mil veces que la amaba y me aferré a ella.
Fui tan cobarde de no aguantar su muerte con gallardía que me sedaron y me ingresaron, dormí durante cuatro días, no estuve para el velatorio, no estuve para el funeral, lo único que me queda de ella es el te amo que no le devolví y un epitafio con su nombre.
Ahora estoy sentado con un cuchillo en mi mano y viendo los vídeos de su celular, sus fotos, intentando clavármelo, cortarme las venas pero soy incapaz de estar a su lado, incapaz de llegar amar tanto. 
Renacimiento
Ese día mi monotonía se vio asaltada, encarcelado por mi apatía advertí las entrañas de la maldad de una persona, el alma de la crueldad.
Sólo corrí, corrí lo más rápido que pude, una señora arrojó una olla con agua hirviendo a un pobre perro que rebuscaba en la basura, preso de su hambre, preso del abandono y de la necesidad.
Los chillidos eran estruendosos, la sonrisa de aquél ser que se vanagloriaba de su acto impune. Corría sujetándolo en mi brazos, escuchando sus lloros, como su dolor se apoderaba de mi cuerpo y lo hacía mío.
Sumergido en aullidos de dolor llegamos a una veterinaria, aporreé la puerta como un boxeador frustrado.
 ¿Quién es? ¿Quién mierda toca de esa manera? escuché un grito enojado desde la casa.
 ¡Ayúdeme por favor! ¡Ayúdeme! gritaba poseído
Esa tarde todo regresó a mí, la camilla, un animal sedado por el dolor inclemente, desamparado. mitad del rostro quemado, sus patitas en carne viva, el color negro de su lomo había mutado a un rosa dolor, todo vino a mí, me golpeó el pecho y estrujó mi corazón, sentía como mi alma se abría en canal.
Sálvelo por favor, le rogaba a la veterinaria mientras le susurraba en lágrimas al pobre perro, todo va a pasar hermosa, estoy aquí para ti, no te mereces esto, todo va a estar bien reina.
¿Cómo ha pasado esto? ¡Ey! ¡Señor! le estoy preguntando, ¿Como ha pasado esto? me increpa la veterinaria.
Me.. me llamo Joaquín, la perra no es mía, sólo la he socorrido. Le juro por lo mas grande que no he tenido nada que ver, sólo... sólo quiero que viva, contesté sollozando con la mirada perdida.
No puedo ni imaginarme el dolor que ha podido sufrir. Es una perra callejera, sería mejor la eutanasia, no hay derecho que sufra tanto, dijo impávida.
No...no, no lo haga ¿Es una cuestión de dinero? Puedo pagar todos sus cuidados, sólo sálvela se lo ruego... sálvela por favor, no tenemos derecho a robarle la vida, dije llorando.
Esa noche no pude dormir, esa noche no pude ver Amelia, no pude recibir sus escupitajos de odio y dolor, Esa noche me acordé de Dios.
 ¿Cómo la va a llamar? me preguntó.
 Maggie, la voy a llamar Maggie (Amelia amaba a la hija de los simpson). le dije con nostalgia.
Las horas transcurrían, los días le daban muerte al mes, las heridas se iban curando, pero mi corazón no se ablandaba, estaba iracundo, furioso.
Esos ojos almendrados, esas orejas negras y puntiagudas, esa lengua rosa y deseosa por lamer y dar amor, me enamoré, me sentía completamente vulnerable a su ataque de babas.
 Final
Hoy es el día me digo viendo el cielo desde mi balcón, gris, borrascoso, sudo venganza, sudo justicia, hoy es el día me repito.
Me acerco a la casa y toco el timbre, con una sonrisa contesto a la pregunta de ¿Quién es?
Soy de la compañía del agua doñita, vengo a revisar su contador que hay un problema en todo el barrio, informo con serenidad.
Abre la puerta y de un puñetazo la dejo inconsciente, mi escenario de justicia está preparado, ella está amarrada y amordazada, con tranquilidad me dirijo a la cocina, cojo una tetera, la lleno con agua y enciendo las hornillas. Me siento a su lado y me enciendo un cigarro esperando a que despierte.
 Buenas tardes, le digo sonriente.
En sus ojos podía apreciar el horror, el terror de no tener el control de la situación, podría ser mi madre, esas arrugas, ese pelo despintando exigiendo un peluquero pero su edad no soborna con pena mi misión. su longevidad no la exime.
Usted no sabe quien soy, no sabe a lo que vengo, no voy a robarle, solo vengo a reclamar algo que por derecho me pertenece, me va a pagar con su sangre y su dolor, no lo va a disfrutar, va a sufrir, sentirá como su piel se derrite, le digo mientras apuñalo sus ojos con los míos.
La desnudo, sus senos son victima de la gravedad, lleva una ropa interior tan grande que podría cubrir una mesa.
Hace años perdí a la persona que más he amado, la perdí por gente como usted, tiene el corazón negro, sucio, sólo he venido a purificarla, asimile esto como su redención, como un bálsamo doloroso, en ésta habitación la única culpable es usted, yo soy una victima... a lo mejor fueron hasta hijos suyos los que me arrancaron el sentido de vivir ¿Escucha eso? (Es el silbido de la tetera) tiene una importante reunión con el destino, le digo sonriendo, disfrutando.
Sus ojos se abrían más y más a cada paso que daba con la tetera en mi mano y acercándome a ella, cogí su mano y la puse en mi pecho.
¿Siente eso? es mi corazón a mil por hora, le digo excitado. 
Poco a poco fui rociando su rostro, su brazo izquierdo, su espalda, sus pies, su pierna izquierda con agua hirviendo, su piel se derretía, se convertía en mantequilla. Sus ojos desorbitados, los gritos prisioneros de la mordaza, la desesperación que me reconfortaba, después de tantos años me sentí feliz, lleno, realizado. Me convertí en aquél ser que se vanagloria por un acto de justicia.

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