Tranquilo, no haga ninguna estupidez, me dice intranquilo.
Lo miro, me río y le digo:
Es tan subjetiva la palabra estupidez a veces, le
digo y de mi bolsillo saco un cigarrillo.
Señor por favor...
¿Señor? sólo tengo 26 años, le digo y añado, ¿Cree que Dios existe?.
Baje de allí y le invito un café, hablaremos de lo que usted desee, me
dice.
No se me ocurre mejor lugar para hablar que este, el sol te abriga pero
no te agobia, el cielo tiene un color embriagador, la brisa acaricia mi rostro
como si fuese la mano de mi madre, le digo.
No sé que contestarle, me dice confundido.
Le ofrecería un cigarro, pero es el último, le digo, me río y repito,
el último.
Señor baje de allí por favor, me vuelve a decir.
No sé si Dios realmente existe, pero cuando saboreas el dolor de las personas
que más amas y te dejas la garganta rezando por piedad, eres lo suficientemente
inteligente para gritar a los cuatro vientos "DIOS PUEDES COMERME EL PENE",
o eres lo bastante cobarde para seguir guardando ponzoñosas esperanzas, pero al
fin y al cabo Dios... siempre gana ¿no cree?, nunca lo van a culpar, él te quita y él te da, o el tan trillado y repelente " él sabe porqué hace las
cosas", le digo y le doy una larga y deliciosa calada a mi cigarro.
¿Cómo se llama? me pregunta.
Adrián ¿usted? le pregunto.
Fernando, me dice e intenta acercarse para estrecharme la mano.
No se acerque por favor, créame que a su persuasión soy inmune, la
decisión está tomada, simplemente disfruto de este hermoso lienzo por última
vez, le digo.
¿Qué le ha pasado? ¿Qué le ha obligado a tomar ésta decisión? me
pregunta.
Tantas cosas (resoplo) es curioso que la gente defina el suicidio como
una decisión cobarde, créame cuando le digo que me ha costado muchísimo tomar
esta decisión, la valentía que esto requiere es formidable, le digo.
¿Me puede contar su sufrimiento? me pregunta.
No sé si nos dará tiempo, el cigarro está por terminarse, le digo con
una sonrisa.
Fume uno de los míos, me dice y me lanza el paquete cerca a mi pie
izquierdo.
Gracias, le digo.
Cuénteme por favor, me dice y se sienta en el suelo de la azotea.
Todo empezó con 17 años, mi padre murió trabajando en éste hospital,
construyendo la planta dos, un andamio falló y cayó rompiéndose el cuello, se
puede decir que entre mi hermana y yo pudimos superar la tragedia de mi padre e
intentamos salir adelante, le digo y me enciendo uno de los cigarrillo de
Fernando.
¿Y su madre? me pregunta.
Nunca la conocí, mi padre iracundo quemó todas sus fotos cuando lo dejó
solo con mi hermana de 5 años y yo con unos meses nacido, a veces intentaba
dibujarla, mirando el rostro de mi hermana y el mío en un espejo, creando un
rostro a partir de nuestros rasgos, imaginando como sería sabe, le digo.
¿Y no le dolería dejar a su hermana sola? me pregunta.
Me río y dos lágrimas recorren mis mejillas:
Sola no va a estar, nunca la dejaría sola, le digo.
Pero sin ti ella estaría sola Adrián, eres su hermano, me dice.
Cuarenta y cinco minutos antes
Adri, acércate que quiero sentir tu
rostro, me dice Estrella.
Aquí estoy, le digo y sujeto su
mano y la paso por mi rostro.
Mi pequeño angelito, sé que es duro
lo que te voy a pedir, pero necesito tu ayuda, me dice acariciando mi mejilla.
Lo que tu quieras, le digo y
llorando le beso la frente.
Mátame por favor, desconecta mi
respirador y déjame empezar a vivir muriendo, me dice.
Y...yo...y (Empiezo a tartamudear)
¿Me amas? me pregunta y con sus
dedos alcanza a limpiarme las lágrimas.
No puedes pedirme esto Estrella, no
puedes hacerlo, le digo y me arrodillo ante su cama.
¿Me amas angelito? me vuelve a
preguntar.
Con toda mi vida, le digo.
Estoy ciega, mis órganos se pudren,
acaba con mi dolor Adrián por favor, no
dejes que sufra más, no quiero sufrir más, me dice llorando.
Me levanto y cierro
la puerta de su habitación.
¿Qué tengo que hacer? le pregunto.
Gracias mi amor, gracias, sólo
tienes que apagar mi respirador, me dice con una sonrisa.
Perdóname Estrella, le digo.
No tengo nada que perdonarte, sólo
darte las gracias, me dice con una sonrisa.
Apago su respirador,
puedo escuchar como se ahoga, me tiro sobre ella abrazándola y le digo:
Espérame, nunca te voy a dejar sola
Estrella, nunca vas a estar sola, siempre voy a estar contigo.
Cuarenta y seis
minutos después
Señor aléjese de ése hombre, grita un
policía que abre la puerta de la azotea.
Supongo que la muerte es el verdadero
límite de lo que realmente ignoramos, una nueva vida a lo mejor, le digo a
Fernando y salto al vacío.
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