Nunca pude despedirme de ti, nuestra corta edad sólo nos
dejó someternos a las directrices de
nuestros padres, te cambiaron de colegio y yo me marché a España, no puedes
imaginarte lo duro que era acudir a la foto que aún guardo en mi billetera para
no olvidarte, los meses que lloré porque no podía esperarte a la salida del
colegio para alejarnos lo suficiente y poder ser libres. Recordar tu acento
cuando al oído me decías que me querías, el olor de tu cabello negro y los
lunares que con sutileza enaltecían tu belleza.
Pasó mucho tiempo hasta que el tiempo consiguió
acostumbrarme a que no voy a poder tenerte nunca más, seguirte con cierta
aceptación y discreción ser madre por
las fotos que publicabas en una red social.
Trece años han pasado en nuestras vidas desde que nos
separaron, probé otros labios, otras pieles. Pensé que estaba preparado para
verte y no sentir más que un entrañable cariño, que en la línea de nuestra vida
quedaríamos marcados con tinta indeleble como el recuerdo de nuestro primer
amor.
13 años después
Tengo 28 años y después de intentar forjarme un futuro en un
país foráneo que con resignación hacía lo que podía, que con esperanza todas
las noches después del trabajo continuaba escribiendo, aferrándome a la quimera
que alguien me leería y me publicaría, intentando guardar cada euro que mi
exhaustivo trabajo me aportaba conseguí viajar a mi país, 2 días de viaje
haciendo transbordos en distintos lugares del mundo, sometido a la economía de
mi billete de avión.
Los aviones me aterran pero los policías americanos más, con
sumisión contesté a todo y aún así me revisaron la maleta, no pregunté, no puse
un gesto adusto, ellos tenían los dedos muy gordos y yo el culo muy estrecho,
no tenía ganas adjudicarme una colonoscopía gratuita.
Después de interminables horas de aeropuerto en aeropuerto
conseguí llegar a mi país, no recordaba lo feas que son las noches en la
capital, una noche sin estrellas, insípida, vacía, deprimente.
El cambio de hora me mantuvo en vela toda la noche, me quedé
en la casa de la hermana de mi madre, sufrí un interminable interrogatorio pero
únicamente me interesaba un nombre, Lucía, se había marchado de la capital para
vivir con su esposo, tenía una hija de 3 años, me enseñaron varias fotos y no
podía frenar la algarabía que mi corazón sentía, tenía una hija hermosa, la
suerte no le fue esquiva y pudo heredar más los genes suyos que los de su
marido.
Dos días me quedé en casa de mi tía y me marché a ver como
estaba Lucía, sentí como todos los recuerdos se agolparon en mi mente, sólo
quería verla, saludarla, abrazarla y decirle lo hermosa que está, me repetí una
y mil veces mientras viajaba en el autobús que había formado una familia, que
nuestro tiempo había sido esclavizado en el recuerdo de la oscuridad y el
silencio del tiempo que compartimos.
Llegué a la ciudad de Lucía y una tía majadera me recibió,
no paraba de contarme lo bien que le iba económicamente y lo suntuosa que era
su vida, menos mal que se me da muy bien las contestaciones monosilábicas. Me
llevaron a un hotel cerca de la plaza de la ciudad y me invitaron a cenar, la
familia me esperaba con expectación, mi madre me había dado unos regalos para
mis abuelos.
El aire es tan puro en éste sitio, respiré hondo en la
habitación de mi hotel, la ciudad es bulliciosa, el televisor pequeño y la cama
está excesivamente dura, mi acento es distinto y el taxista no duda en clavarme
una tarifa desorbitada por llevarme 7 calles hasta la casa de mi tía.
Familiares que no había visto en mi vida me recibieron en la
casa de mi tía, recordaron lo gordo y gracioso que era de bebé, de repente pude
escuchar su voz, ella no sabía que estaba allí, el tiempo se detuvo por varios
segundos y sólo podía ver la puerta de la casa, llevaba a su bebé en brazos,
las fotos fueron injustas y no pudieron captar su belleza. Me quedé mirándola,
sentía que volvía a tener 15 años.
Hola Lucía, le digo
mientras ella comparte mi perplejidad.
¿Mateo? me dice
pasmada.
¿Cómo estás? le
pregunto conteniendo las ganas de abrazarla y darle un beso.
Bi.. bien, ¿Cuánto
tiempo no? me dice mirándome a los ojos como si fuera un espectro de una vida
pasada.
Mucho tiempo, le digo
nostálgico.
Hola, me llamo Gustavo,
nos interrumpe un hombre mayor.
Ah sí, Mateo te
presento a mi esposo, me dice despistada.
Encantado, le digo y
con firmeza estrecho su mano.
Las miradas furtivas abundaron en la cena con la familia,
comieron hasta hartarse, mi estómago había perdido esa resistencia a la
especias de mi país y las ganas de vomitar me asaltaron dos veces.
¿Qué te pasa huambrillo
ya vuelta? me pregunto mi tía con un acento selvático adorable.
Está todo delicioso
tía pero... el cambio de comidas me habrá sentado mal, le digo con malestar.
Estos cojudos que
vienen de España ya vuelta que finos se han vuelto carajo, me dice mi tío en
tono socarrón.
Extrañaba muchísimo
la comida de mi país, pero parece que ella no a mí, le digo.
¿Y a qué te dedicas en
España sobrino? ¿Has hecho mucha plata? me pregunta el padre de Lucía.
Trabajo en un
restaurante de cocinero, le digo y me miran con desdén y sorpresa.
Lucía no me preguntó nada durante toda la cena, sólo me
contemplaba, cada vez que podía le correspondía la mirada, después de tantas
preguntas incómodas y sin delicadeza decirme que era un fracasado por trabajar
en una cocina y no tener una carrera universitaria como sus hijos pude
escaparme para fumarme un cigarro.
Dios... , me digo
mientras le doy una calada a mi cigarro.
Así que ahora fumas,
me sorprende Lucía.
Muchas cosas han
cambiado, le digo y añado, si te molesta puedo apagarlo.
No, no, al menos
déjame ser fumadora pasiva, que con la bebé he tenido que dejarlo, me dice.
Es muy guapa tu niña,
menos mal que salio a ti y no al padre, le digo y nos reímos.
¿Sigues escribiendo o
dejaste de soñar con ser escritor? me pregunta y me vuelve a sorprender.
Joder, aún te
acuerdas de las cosas tontas que escribía, le digo y añado riéndome, no, aún
continúo persiguiendo mi sueño, pero no lo voy a decir delante de la familia
que por ser cocinero ya me han dicho que soy un don nadie.
Son todos unos
envidiosos de mierda, siempre quieren ser más de lo que son, me dice.
No te lo había dicho
pero estás muy guapa, aún tengo una foto tuya en mi billetera, le digo y se la
enseño.
¿Una foto mía? me
pregunta con una sonrisa escondida en el perplejo.
¿Te acuerdas de ésta
foto? le pregunto y se la enseño.
Pero si es la foto de
fin de año, ¿No salía más gente en ésta foto? me pregunta extrañada.
Sólo recorte la tuya,
le digo y con cierta sutileza intento rozar su tacto con mis dedos cuando me
devuelve la foto.
Me alegra mucho que
hayas vuelto, me dice.
Y a mi más, le digo
con una sonrisa.
!Lucia! !Lucia! grita
su esposo buscándola.
Estoy fuera Gustavo,
le advierte Lucía.
Gustavo sale y con cierta extrañeza nos ve a los dos.
Huele a cigarrillos
¿No habrás vuelto a fumar? le interroga con tono autoritario su esposo.
No, soy yo el que
está fumando, interrumpo con amabilidad.
Con cierto desprecio gira su cabeza y me mira con
desaprobación.
Despídete de tus
padres y de tus tíos que tenemos que irnos, tengo que madrugar mañana para ir
al bufete, le dice.
Con cierta sumisión Lucía entra y me quedo solo disfrutando
de la compañía de mi adicción.
Mi habitación
El calor es despiadado, son las 6 de la mañana y es
imposible conciliar el sueño, el batallón de mosquitos que con bravura hacen de
mi piel su festín, el ruido de las motos.
Que difícil es olvidar al que fue y será el amor de mi vida,
pensé que iba a ser más fácil, que iba a ser más sencillo controlar ese acopio
de sensaciones que estrujan mis entrañas a cada suspiro que doy... necesito
irme de aquí, Lucía tiene una familia, ha superado con facilidad lo que para mí
se ha vuelto un tormento. Los minutos van dándole más cuartel a mis ideas y el
amanecer que hace mucho que no presenciaba ilumina mi perspectiva, me largo de
aquí antes que me haga más daño. Sentado en la cama empiezo a recordar una
canción de Tranzas que escuchaba en España cuando recordaba a Lucía.
"Debes buscarte un nuevo amor"
Que bonita es la plaza por la mañana, voy a extrañar esa
sensación de libertad en cada bocanada de aire que mis pulmones disfrutan, me
ducho, empaco mi maleta y me dispongo a bajar para disfrutar del último paseo
por la ciudad de mi madre.
Buenos días, le digo
al adormilado recepcionista.
Con dos kilos de legaña y con sobresalto me contesta:
Buenos días
caballero.
¿Me recomienda algún
sitio para desayunar? le pregunto.
Déme un segundo que
le proporciono un transporte, mi primo el Manuel conoce la ciudad como la palma
de su mano Señor, ¿Lo llamo? me pregunta.
Bueno, es mi último
día en la ciudad, que mejor manera de
recorrerla que con su primo el Manuel,
le digo y sonrío.
Me enciendo un cigarro mientras espero a el Manuel en el
lobby del hotel. 10 minutos después suena un claxon algo peculiar.
Le dejo en manos de
primo caballero, me dice y añade advirtiéndole a su primo, trátalo bien cojudo.
Usted me dirá Manuel
donde puedo desayunar, le digo y me subo al mototaxi.
10 cuadras más
bajando para abajo está un pequeño restaurante que se llama el
"chuyachaki", ricos desayunos joven. me informa Manuel.
Me pongo en tus manos
Manuel que no conozco la ciudad, le digo y enciende su viejo mototaxi.
Después de varios improperios en la carretera llegamos al
restaurante, tiene un cartel muy peculiar, un demonio sonriente vestido de
camarero que sostiene una bandeja con un plato de tacacho.
Lo espero aquí joven,
me dice Manuel.
¿Has desayunado? le
pregunto.
No se preocupe por mi
joven, me dice.
Vente que te invito a
desayunar, le digo.
Con cierta ternura me acompaña.
¿Qué me recomiendas
comer? le pregunto a Manuel.
Vamos a tomarnos un
juguito de aguajina, sus dos huevos fritos con su inguiri frito joven, bien
rico, me dice.
Un café también que
si no tomo un café por la mañana no soy persona, le digo.
Manuel no dejo de hablar todo el desayuno, me contó sobre
sus hijas, su esposa, el odio que le tiene a su suegra que hace 2 meses que
vive con él.
Antes de ir al hotel
Manuel llévame a la estación de autobuses para sacarme un billete para ésta
tarde, le digo.
Llegamos al hotel y quedé con Manuel para que me recoja a
las 5 de la tarde que es la hora a la que sale mi autobús.
Todo espectacular, le
digo al recepcionista que está fumando fuera del hotel.
Ha venido a buscarle
una señorita, está en el vestíbulo esperándolo, me dice.
¿Lucía? me pregunto
sorprendido.
Me acerco paso a paso al vestíbulo del hotel y ahí está
ella, sentada en uno de los sillones.
Hola, le digo
pasmado.
¿Podemos ir a tu
habitación? me pregunta.
Sí, le contesto.
Está más hermosa que nunca, mantiene el mismo look que
amaba, tan sencillo, unos pantalones vaqueros, una camiseta y unas zapatillas.
He leído tu blog, me
dice y se sienta en mi cama.
Hace mucho que no
publico nada, pensé que por desuso estaría cerrado ya, le digo resignado.
"A lo mejor perdí al amor de mi vida para que en otras
vidas o en otras muertes podamos ser uno en libertad" cita una de las
frases de un relato que escribí hace mucho inspirado en ella.
¿Sufriste mucho
cuando nos separaron? me pregunta.
No hace falta que
hurguemos más en eso Lucía, es una frase que escribí hace mucho tiempo, le digo
tajante.
" Fue, es y será el amor de mi vida, la que me enseño
amar" vuelve a citarme.
Respóndeme Mateo, me
insiste.
Claro que sufrí
Lucía, los 2 primeros años en España fueron los peores años de mi vida con
diferencia, la primera semana fue un infierno, solo, no conocía a nadie, sólo
te extrañaba a ti, te buscaba en mis sueños todas las noches, le digo.
No fue fácil para mi
tampoco Mateo, todas las tardes en la
salida del colegio miraba a todos lados esperando que me tapases los ojos y me
preguntases ¿Quién soy? Todas las tardes hasta que te deje de esperar, no fue
fácil para mi tampoco, me dice.
¿Por qué sacamos esto
Lucía? No tiene sentido ya, tienes un
esposo y una hija, yo me voy ésta tarde, pensé que podía volver a verte sin
recordar lo locamente enamorado que estoy de ti pero me equivoqué, le digo con
el rostro compungido.
¿Aún me amas? me
pregunta con los ojos llorosos.
Como el primer día
Lucía, ¿sabes lo doloroso que es saber que nunca podré ser feliz con la persona
que amo?... ¿Sabes lo que es guardar un pequeño rayo de esperanza y saber que
tú avanzaste mientras yo me quedé estancado en la mierda?... nunca debí volver
al Perú Lucía, le digo mientras me enciendo un cigarro.
Se queda en silencio sentada en mi cama.
Es mejor que te vayas
Lucía, yo voy a estar bien, no te preocupes por mi y se feliz, ese es mi premio
de consuelo, saber que eres feliz aunque no sea conmigo, aparte tienes una hija
preciosa, le digo sonriendo y conteniendo mis lágrimas.
Lo entiendo, me dice
dándome la espalda y se levanta de la cama para irse.
Se feliz Lucía, se
feliz por los dos, le digo y sin poder contenerlo más dos lágrimas se deslizan
por mis mejillas nublando mis ojos.
No puedo... no puedo
volver a perderte Mateo, me dice parada en la puerta de mi habitación.
No me hagas esto por
favor...
Se gira y vuelvo a ver a esa pequeña niña de 15 años que
lloraba desconsoladamente el día que se marchó de mi lado, por un instante
volvemos a ser los mismos chicos que siendo primos se enamoraron, poco a poco
nos fuimos acercando hasta fundirnos en el beso más esperado que nuestra aciaga
historia guardaba para los dos.
No tienes idea de
cuanto te he extrañado Lucía, te amo, le digo mientras nos devoramos a besos.
Esa tarde pero con más experiencia volvimos a recordar
nuestros pactos de amor, en la misma clandestinidad en la que habíamos
disfrutado mientras la familia dormía en casa, sintiéndonos libres en nuestros
brazos, esa tarde fusilamos entre sudor y desesperanza nuestra injusta historia
de amor que se gestó hace 13 años en el tiempo y las vidas incorrectas. Pero
así es el corazón, independiente de cualquier juicio o razón, actúa por
impulsos inocentes, puros y honestos, sólo busca pernoctar y sentirse amado en la reciprocidad.
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