sábado, 20 de diciembre de 2014

Trece años y aún te sigo recordando


Los momentos profundamente guarecidas en los que para mí fueron los mejores tiempos de mi vida, los que pensaba que había olvidado, sentimientos congelados por el rigor del tiempo y la distancia, por un instante pensé que te había superado pero la más simple de tus mirada acuchillándome los ojos reavivaron ésa relación furtiva, esas caricias clandestinas en la oscuridad de la noche que la casa nos brindaba y el silencio que me dejaba sentir los latidos de tu corazón tan acelerados como si fuéramos uno.

Nunca pude despedirme de ti, nuestra corta edad sólo nos dejó someternos a las directrices  de nuestros padres, te cambiaron de colegio y yo me marché a España, no puedes imaginarte lo duro que era acudir a la foto que aún guardo en mi billetera para no olvidarte, los meses que lloré porque no podía esperarte a la salida del colegio para alejarnos lo suficiente y poder ser libres. Recordar tu acento cuando al oído me decías que me querías, el olor de tu cabello negro y los lunares que con sutileza enaltecían tu belleza.

Pasó mucho tiempo hasta que el tiempo consiguió acostumbrarme a que no voy a poder tenerte nunca más, seguirte con cierta aceptación y discreción  ser madre por las fotos que publicabas en una red social.

Trece años han pasado en nuestras vidas desde que nos separaron, probé otros labios, otras pieles. Pensé que estaba preparado para verte y no sentir más que un entrañable cariño, que en la línea de nuestra vida quedaríamos marcados con tinta indeleble como el recuerdo de nuestro primer amor.

13 años después

Tengo 28 años y después de intentar forjarme un futuro en un país foráneo que con resignación hacía lo que podía, que con esperanza todas las noches después del trabajo continuaba escribiendo, aferrándome a la quimera que alguien me leería y me publicaría, intentando guardar cada euro que mi exhaustivo trabajo me aportaba conseguí viajar a mi país, 2 días de viaje haciendo transbordos en distintos lugares del mundo, sometido a la economía de mi billete de avión.

Los aviones me aterran pero los policías americanos más, con sumisión contesté a todo y aún así me revisaron la maleta, no pregunté, no puse un gesto adusto, ellos tenían los dedos muy gordos y yo el culo muy estrecho, no tenía ganas adjudicarme una colonoscopía gratuita.

Después de interminables horas de aeropuerto en aeropuerto conseguí llegar a mi país, no recordaba lo feas que son las noches en la capital, una noche sin estrellas, insípida, vacía, deprimente.

El cambio de hora me mantuvo en vela toda la noche, me quedé en la casa de la hermana de mi madre, sufrí un interminable interrogatorio pero únicamente me interesaba un nombre, Lucía, se había marchado de la capital para vivir con su esposo, tenía una hija de 3 años, me enseñaron varias fotos y no podía frenar la algarabía que mi corazón sentía, tenía una hija hermosa, la suerte no le fue esquiva y pudo heredar más los genes suyos que los de su marido.

Dos días me quedé en casa de mi tía y me marché a ver como estaba Lucía, sentí como todos los recuerdos se agolparon en mi mente, sólo quería verla, saludarla, abrazarla y decirle lo hermosa que está, me repetí una y mil veces mientras viajaba en el autobús que había formado una familia, que nuestro tiempo había sido esclavizado en el recuerdo de la oscuridad y el silencio del tiempo que compartimos.

Llegué a la ciudad de Lucía y una tía majadera me recibió, no paraba de contarme lo bien que le iba económicamente y lo suntuosa que era su vida, menos mal que se me da muy bien las contestaciones monosilábicas. Me llevaron a un hotel cerca de la plaza de la ciudad y me invitaron a cenar, la familia me esperaba con expectación, mi madre me había dado unos regalos para mis abuelos.

El aire es tan puro en éste sitio, respiré hondo en la habitación de mi hotel, la ciudad es bulliciosa, el televisor pequeño y la cama está excesivamente dura, mi acento es distinto y el taxista no duda en clavarme una tarifa desorbitada por llevarme 7 calles hasta la casa de mi tía.

Familiares que no había visto en mi vida me recibieron en la casa de mi tía, recordaron lo gordo y gracioso que era de bebé, de repente pude escuchar su voz, ella no sabía que estaba allí, el tiempo se detuvo por varios segundos y sólo podía ver la puerta de la casa, llevaba a su bebé en brazos, las fotos fueron injustas y no pudieron captar su belleza. Me quedé mirándola, sentía que volvía a tener 15 años.

Hola Lucía, le digo mientras ella comparte mi perplejidad.

¿Mateo? me dice pasmada.

¿Cómo estás? le pregunto conteniendo las ganas de abrazarla y darle un beso.

Bi.. bien, ¿Cuánto tiempo no? me dice mirándome a los ojos como si fuera un espectro de una vida pasada.

Mucho tiempo, le digo nostálgico.

Hola, me llamo Gustavo, nos interrumpe un hombre mayor.

Ah sí, Mateo te presento a mi esposo, me dice despistada.

Encantado, le digo y con firmeza estrecho su mano.

Las miradas furtivas abundaron en la cena con la familia, comieron hasta hartarse, mi estómago había perdido esa resistencia a la especias de mi país y las ganas de vomitar me asaltaron dos veces.

¿Qué te pasa huambrillo ya vuelta? me pregunto mi tía con un acento selvático adorable.

Está todo delicioso tía pero... el cambio de comidas me habrá sentado mal, le digo con malestar.

Estos cojudos que vienen de España ya vuelta que finos se han vuelto carajo, me dice mi tío en tono socarrón.

Extrañaba muchísimo la comida de mi país, pero parece que ella no a mí, le digo.

¿Y a qué te dedicas en España sobrino? ¿Has hecho mucha plata? me pregunta el padre de Lucía.

Trabajo en un restaurante de cocinero, le digo y me miran con desdén y sorpresa.

Lucía no me preguntó nada durante toda la cena, sólo me contemplaba, cada vez que podía le correspondía la mirada, después de tantas preguntas incómodas y sin delicadeza decirme que era un fracasado por trabajar en una cocina y no tener una carrera universitaria como sus hijos pude escaparme para fumarme un cigarro.

Dios... , me digo mientras le doy una calada a mi cigarro.

Así que ahora fumas, me sorprende Lucía.

Muchas cosas han cambiado, le digo y añado, si te molesta puedo apagarlo.

No, no, al menos déjame ser fumadora pasiva, que con la bebé he tenido que dejarlo, me dice.

Es muy guapa tu niña, menos mal que salio a ti y no al padre, le digo y nos reímos.

¿Sigues escribiendo o dejaste de soñar con ser escritor? me pregunta y me vuelve a sorprender.

Joder, aún te acuerdas de las cosas tontas que escribía, le digo y añado riéndome, no, aún continúo persiguiendo mi sueño, pero no lo voy a decir delante de la familia que por ser cocinero ya me han dicho que soy un don nadie.

Son todos unos envidiosos de mierda, siempre quieren ser más de lo que son, me dice.

No te lo había dicho pero estás muy guapa, aún tengo una foto tuya en mi billetera, le digo y se la enseño.

¿Una foto mía? me pregunta con una sonrisa escondida en el perplejo.

¿Te acuerdas de ésta foto? le pregunto y se la enseño.

Pero si es la foto de fin de año, ¿No salía más gente en ésta foto? me pregunta extrañada.

Sólo recorte la tuya, le digo y con cierta sutileza intento rozar su tacto con mis dedos cuando me devuelve la foto.

Me alegra mucho que hayas vuelto, me dice.
Y a mi más, le digo con una sonrisa.

!Lucia! !Lucia! grita su esposo buscándola.

Estoy fuera Gustavo, le advierte Lucía.

Gustavo sale y con cierta extrañeza nos ve a los dos.

Huele a cigarrillos ¿No habrás vuelto a fumar? le interroga con tono autoritario su esposo.

No, soy yo el que está fumando, interrumpo con amabilidad.

Con cierto desprecio gira su cabeza y me mira con desaprobación.

Despídete de tus padres y de tus tíos que tenemos que irnos, tengo que madrugar mañana para ir al bufete, le dice.

Con cierta sumisión Lucía entra y me quedo solo disfrutando de la compañía de mi adicción.

Mi habitación

El calor es despiadado, son las 6 de la mañana y es imposible conciliar el sueño, el batallón de mosquitos que con bravura hacen de mi piel su festín, el ruido de las motos.
Que difícil es olvidar al que fue y será el amor de mi vida, pensé que iba a ser más fácil, que iba a ser más sencillo controlar ese acopio de sensaciones que estrujan mis entrañas a cada suspiro que doy... necesito irme de aquí, Lucía tiene una familia, ha superado con facilidad lo que para mí se ha vuelto un tormento. Los minutos van dándole más cuartel a mis ideas y el amanecer que hace mucho que no presenciaba ilumina mi perspectiva, me largo de aquí antes que me haga más daño. Sentado en la cama empiezo a recordar una canción de Tranzas que escuchaba en España cuando recordaba a Lucía. "Debes buscarte un nuevo amor"
 
Que bonita es la plaza por la mañana, voy a extrañar esa sensación de libertad en cada bocanada de aire que mis pulmones disfrutan, me ducho, empaco mi maleta y me dispongo a bajar para disfrutar del último paseo por la ciudad de mi madre.

Buenos días, le digo al adormilado recepcionista.

Con dos kilos de legaña y con sobresalto me contesta:

Buenos días caballero.

¿Me recomienda algún sitio para desayunar? le pregunto.

Déme un segundo que le proporciono un transporte, mi primo el Manuel conoce la ciudad como la palma de su mano Señor, ¿Lo llamo? me pregunta.

Bueno, es mi último día en la ciudad,  que mejor manera de recorrerla que con su primo el  Manuel, le digo y sonrío.

Me enciendo un cigarro mientras espero a el Manuel en el lobby del hotel. 10 minutos después suena un claxon algo peculiar.

Le dejo en manos de primo caballero, me dice y añade advirtiéndole a su primo, trátalo bien cojudo.

Usted me dirá Manuel donde puedo desayunar, le digo y me subo al mototaxi.

10 cuadras más bajando para abajo está un pequeño restaurante que se llama el "chuyachaki", ricos desayunos joven. me informa Manuel.

Me pongo en tus manos Manuel que no conozco la ciudad, le digo y enciende su viejo mototaxi.

Después de varios improperios en la carretera llegamos al restaurante, tiene un cartel muy peculiar, un demonio sonriente vestido de camarero que sostiene una bandeja con un plato de tacacho.

Lo espero aquí joven, me dice Manuel.

¿Has desayunado? le pregunto.

No se preocupe por mi joven, me dice.

Vente que te invito a desayunar, le digo.

Con cierta ternura me acompaña.

¿Qué me recomiendas comer? le pregunto a Manuel.

Vamos a tomarnos un juguito de aguajina, sus dos huevos fritos con su inguiri frito joven, bien rico, me dice.

Un café también que si no tomo un café por la mañana no soy persona, le digo.

Manuel no dejo de hablar todo el desayuno, me contó sobre sus hijas, su esposa, el odio que le tiene a su suegra que hace 2 meses que vive con él.

Antes de ir al hotel Manuel llévame a la estación de autobuses para sacarme un billete para ésta tarde, le digo.

Llegamos al hotel y quedé con Manuel para que me recoja a las 5 de la tarde que es la hora a la que sale mi autobús.

Todo espectacular, le digo al recepcionista que está fumando fuera del hotel.

Ha venido a buscarle una señorita, está en el vestíbulo esperándolo, me dice.

¿Lucía? me pregunto sorprendido.

Me acerco paso a paso al vestíbulo del hotel y ahí está ella, sentada en uno de los sillones.

Hola, le digo pasmado.

¿Podemos ir a tu habitación? me pregunta.

Sí, le contesto.

Está más hermosa que nunca, mantiene el mismo look que amaba, tan sencillo, unos pantalones vaqueros, una camiseta y unas zapatillas.

He leído tu blog, me dice y se sienta en mi cama.

Hace mucho que no publico nada, pensé que por desuso estaría cerrado ya, le digo resignado.

"A lo mejor perdí al amor de mi vida para que en otras vidas o en otras muertes podamos ser uno en libertad" cita una de las frases de un relato que escribí hace mucho inspirado en ella.

¿Sufriste mucho cuando nos separaron? me pregunta.

No hace falta que hurguemos más en eso Lucía, es una frase que escribí hace mucho tiempo, le digo tajante.

" Fue, es y será el amor de mi vida, la que me enseño amar" vuelve a citarme.

Respóndeme Mateo, me insiste.

Claro que sufrí Lucía, los 2 primeros años en España fueron los peores años de mi vida con diferencia, la primera semana fue un infierno, solo, no conocía a nadie, sólo te extrañaba a ti, te buscaba en mis sueños todas las noches, le digo.

No fue fácil para mi tampoco Mateo,  todas las tardes en la salida del colegio miraba a todos lados esperando que me tapases los ojos y me preguntases ¿Quién soy? Todas las tardes hasta que te deje de esperar, no fue fácil para mi tampoco, me dice.  

¿Por qué sacamos esto Lucía? No tiene sentido ya,  tienes un esposo y una hija, yo me voy ésta tarde, pensé que podía volver a verte sin recordar lo locamente enamorado que estoy de ti pero me equivoqué, le digo con el rostro compungido.

¿Aún me amas? me pregunta con los ojos llorosos.

Como el primer día Lucía, ¿sabes lo doloroso que es saber que nunca podré ser feliz con la persona que amo?... ¿Sabes lo que es guardar un pequeño rayo de esperanza y saber que tú avanzaste mientras yo me quedé estancado en la mierda?... nunca debí volver al Perú Lucía, le digo mientras me enciendo un cigarro.

Se queda en silencio sentada en mi cama.

Es mejor que te vayas Lucía, yo voy a estar bien, no te preocupes por mi y se feliz, ese es mi premio de consuelo, saber que eres feliz aunque no sea conmigo, aparte tienes una hija preciosa, le digo sonriendo y conteniendo mis lágrimas.

Lo entiendo, me dice dándome la espalda y se levanta de la cama para irse.

Se feliz Lucía, se feliz por los dos, le digo y sin poder contenerlo más dos lágrimas se deslizan por mis mejillas nublando mis ojos.

No puedo... no puedo volver a perderte Mateo, me dice parada en la puerta de mi habitación.

No me hagas esto por favor...

Se gira y vuelvo a ver a esa pequeña niña de 15 años que lloraba desconsoladamente el día que se marchó de mi lado, por un instante volvemos a ser los mismos chicos que siendo primos se enamoraron, poco a poco nos fuimos acercando hasta fundirnos en el beso más esperado que nuestra aciaga historia guardaba para los dos.

No tienes idea de cuanto te he extrañado Lucía, te amo, le digo mientras nos devoramos a besos.

Esa tarde pero con más experiencia volvimos a recordar nuestros pactos de amor, en la misma clandestinidad en la que habíamos disfrutado mientras la familia dormía en casa, sintiéndonos libres en nuestros brazos, esa tarde fusilamos entre sudor y desesperanza nuestra injusta historia de amor que se gestó hace 13 años en el tiempo y las vidas incorrectas. Pero así es el corazón, independiente de cualquier juicio o razón, actúa por impulsos inocentes, puros y honestos, sólo busca pernoctar  y sentirse amado en la reciprocidad.

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