¿Estaría aterrado o sosegado?... He vivido en el más
absoluto ateísmo ¿Pero si estoy equivocado? ¿Debería eso aterrarme? ... ¿Pero
si no me equivoco? Si cuando nos morimos nos volvemos carne putrefacta y manjar
de gusanos famélicos que te disfrutan como un drogadicto la heroína. Sería de
cobardes, de pusilánimes hacer las paces con Dios, buscar en un día redimir
toda mi existencia egoísta, pagana... me quedo en blanco y me pierdo en las
hermosas ondulaciones que provoca mi cigarrillo encendido... si realmente
existe Dios... creo que éste alma descarriada la perdió hace mucho.
Viajando en mi escasa imaginación me imagino con mis dos
preciados superpoderes, empiezo a recordar a mi profesora de matemáticas del
colegio, la profesora María Paredes León, tutora y artífice de mis peores años
de primaria en el colegio, una zorra amargada y sebosa, años más tarde nos
dimos cuenta que su carencia de tacto, su tiranía se debía a una vida sexual
inactiva, en ésa época éramos muy pequeños para pensar que era una mal follada,
sólo pensábamos que era una cabrona despiadada.
Recordando el colegio pienso también en Rebeca Saavedra Rodríguez,
la chica más linda de secundaria, casi todos los chavales cuando empezamos a sumergirnos
en el delicioso y placentero arte de las manualidades la imaginábamos desnuda, musa
de mi onanismo. No dudaría en dar rienda suelta a mi perversión y la visitaría,
simplemente con el exquisito afán de cumplir mi sueño... cruzaría los dedos
para que el tiempo y la dejadez no hayan hecho mella en su físico. Darle
veracidad al contorno de sus senos, al color de sus pezones, el quiebre de su derrière,
tan excitado como un marchante de arte cuando un hermoso cuadro lo desplaza de
la realidad y lo hace vivir en la perplejidad.
Hospedarme furtivamente en los hoteles más caros del mundo,
conocer países que siempre soñé pisar, usaría mis poderes para complacerme... sin
embargo mi egoísmo me impediría darme cuenta que a nadie le incordiaría saber
que es mi último día sobre la tierra, que en los años que he vivido no he hecho
nada saludable por nadie, he vivido preocupado por mi y que a los demás les den
por el culo. Mi último día en la tierra sería igual de triste que cualquier
otro día de mi vida, seguiría asesinando mis pulmones con la ingente cantidad
de cigarros que fumo, seguiría escribiendo sin sentidos que nadie quiere leer,
seguiría siendo el mismo aliento irrelevante y atormentado que soy. Adicto a
mis preocupaciones e indiferente a los demás.
Imagino un escenario final en el cual Dios con el rostro
adusto y clavándome los ojos inyectados de justicia me pregunta:
Cristian ¿Cómo has
vivido el don que te regalé?
Mirando al suelo y con
una sonrisa le contestaría:
Indícame el camino más
cercano al infierno.
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