martes, 16 de junio de 2015

Hermanos

Nunca fui un buen hermano, mi juventud en aquella época nublaba mis prioridades, nublaba mi corazón, quince años después miro atrás y la culpa me persigue como un león hambriento, ansioso por saborear mi carne, clavar sus fauces en mi yugular.

Mi hermana murió hace doce años, la situación en mi país hizo que mis padres emigrasen al extranjero para intentar darnos un futuro más esperanzador, me quedé solo con mi hermana en un mundo despiadado, tenía trece años cuando los dos se fueron. Mi hermana se convirtió durante muchos años en mi madre, aún con su enfermedad siempre tenía las fuerzas, el coraje para cuidarme, la valentía para intentar sacarme adelante.

Estrella nació enferma, a los tres años le diagnosticaron insuficiencia renal, hasta su muerte intentó vivir con optimismo, aferrada al sueño utópico de un transplante, hacía muchos años ya que la seguridad social de mi país no transplantaban órganos, eso era un lujo para una minoría acaudalada.

Las infinidades de veces que le contesté con desprecio, que la trate mal, ella siempre estaba para mi pero yo nunca para ella, yo era el único de la familia que era compatible con mi hermana, si en ésa época me hubiesen preguntado: ¿estarías dispuesto a donarle un riñón? un no vertical hubiese sido mi respuesta.

Hallazgo

Pero a mi poder llegó el instrumento de mi redención, me volvieron a preguntar antes de enviarme y estar delante de mi antigua casa:

¿Estás dispuesto hacer lo que sea necesario?

Sí, contesté sin titubeos.

Antes de volver vendí todo lo que tenía, sabía que era un viaje sin retorno, sólo me quedé con mi muda actual, una cartera que me regaló una ex novia y todo el dinero que pude conseguir.

Frente a ese portón negro mis piernas tiemblan, no puedo venirme abajo, toco el timbre. Me doy con la sorpresa que soy yo el que me abre la puerta.

Hola, estoy buscando a Estrella,

Me mira de arriba abajo, frunce el ceño y grita:

!Estrella! te buscan.

La brisa sopla y siento esa colonia de flores que usaba mi hermana, golpea mi nariz, acaricia mis sentidos.

¿Nos conocemos? me pregunta extrañada.

No, deseo hablar contigo, le digo.

Los años han cambiado mi rostro, la abundante barba que cubre mis mejillas camuflan mi identidad.

Adelante, me dice mirando extrañada.

Llegamos al salón y no puedo aguantar más.

¿Podría decirme dónde está el baño? le pregunto intentando esconder mi emoción.

Siga el pasillo y a la izquierda, me dice.

Entro al baño, me tapo la boca y empiezo a llorar desconsoladamente, después de quince años vuelvo hablar con mi madre hermana, respiro hondo y me miro al espejo, mis ojos están rojos, me lavo la cara y tiro de la cadena.

¿Se encuentra bien? me pregunta.

Mejor que nunca, le digo.

¿Qué te trae por aquí? me pregunta.

Vengo a ofrecerle una donación, le digo.

¿Donación? me pregunta confundida.

Sé que usted no tiene riñones, vengo a ofrecerle los míos, sé que soy compatible con usted, no se preocupe que no tiene que pagar nada, le digo.

¿Quién es usted? me pregunta sobrecogida por mis palabras.

Creo que sabes quien soy, le digo.

El transplante

Contrate una clínica privada, nunca le dije quien era, nunca me dijo quien pensó que era, en camillas separadas y mirándonos nos cogimos de la mano, sus ojos me gritaban sé quien eres, dos lágrimas resbalaban por sus mejillas, apreté con fuerza su mano y cerrando los ojos pude verla, pude ver que había vencido a la muerte, pude ver que sería parte de mi hermana para siempre.

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